El bosque

cefobe

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El bosque parecía negro a lo lejos,
como un muro denso que impedía el paso,
y poco a poco,
al perder lejanía,
su color oscuro se iba haciendo verde follaje,
protegiendo entre sombras
el secreto de sus parajes.

El sol apenas le miraba,
rozando,
como sin querer,
las hojas de las ramas altas,
dejando oquedades misteriosas
que transformaban las cosas
en un mundo fantástico de susurros furtivos
y de corazones vivos,
movimientos escondidos
que más que verse,
se adivinaban,
entre el zig zag caprichoso
de numerosos helechos que asomaban curiosos,
bordeando senderos apenas visibles
al trasluz de una tímida neblina.

La tierra olía a frutas,
y su olor,
denso y fresco,
se hacía sabor en el aire,
que embriagado,
abrazaba a la luz
y a las sombras,
envolviéndolo todo en un suave letargo,
abrazo que rompía sin daño
el rumor del agua alegre,
eterna lavandera que a lo lejos corría,
desnuda y limpia,
dando vida al paisaje.

Todo era un dulce descanso
para el alma que tiene prisa,
un lento viaje de regreso
a un universo que se mece tranquilo,
entre ruinas,
donde la lluvia y la calma
lloran por todas sus criaturas.



(Poema de Mora Ankaro)
 
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