Queridos amigos,
En otro lugar del foro, en un hilo que está cerrado, se comentó el saqueo de la casa de Andrés Segovia en Barcelona, durante la Guerra Civil. Aquí podéis leer mi intervención y las respuestas de Matanya Ophee, Angelo Gilardino y Carlos A. Segovia, entre otros.
Pues bien, acabo de traducir un fragmento de la autobiografía de Segovia (Andrés Segovia. An autobiography of the years 1893-1920, Londres: Marion Boyars, 1977: 143-144), donde el propio guitarrista relata este episodio. Os lo copio:
Diez días después del estallido de la Guerra Civil Española, el 28 de julio de 1938 [sic] para ser exactos, salí de España para regresar sólo dieciséis años después. Al poco me enteré de que mi casa en Barcelona había sido saqueada. Todo lo que los vándalos no consideraron de valor comercial fue destruido. Perdí manuscritos de famosos compositores españoles y extranjeros, mi correspondencia con amigos ilustres, y obras de arte y libros que me habían sido dedicados por sus autores.
Según los otros inquilinos de la casa, los ignorantes saqueadores vendieron objetos valiosos y primeras ediciones por una miseria. Lo que no pudieron vender lo utilizaron como combustible. ¡Pobre gente! Ya que la luz espiritual de esos tesoros no pudo iluminar sus mentes, al menos las hogueras que hicieron con ellos calentaron sus cuerpos. Así que finalmente mi biblioteca sirvió para un propósito práctico.
Una multitud de valiosos recuerdos de mis viajes por el lejano oriente, Perú, México y otros países —tapices y sedas orientales, repujados en plata, la vajilla, etc.— terminó en mercadillos callejeros y cambió de manos en transacciones clandestinas. No sería raro que un inocente comprador de este tipo de mercancía recibiese la visita de oscuros individuos que bajo una apariencia de legalidad, presentándose como miembros de un grupo revolucionario o de un comité político, confiscasen al desdichado su adquisición. Ese tipo de chusma prolifera en todo conflicto bélico y humilla a cualquier bandera.
Este es el original en inglés:
TEN DAYS after the outbreak of the Spanish Civil War, on July 28, 1938, to be exact, I left Spain to return only sixteen years later. I soon heard that my home in Barcelona had been sacked. Everything that the vandals did not consider of commercial value was destroyed. I lost manuscripts of famous Spanish and foreing composers, my correspondence with illustrious friends, and works of art and books which had been inscribed to me by the authors.
According to other tenants in the house, the ignorant looters sold valuable objects and first editions for a pittance. Whatever they could not sell they burned for fuel. Poor people! If the spiritual light of those treasures could not illuminate their minds, at least the bonfires they made with them warmed their bodies. So my library served a practical purpose to the end.
A multitude of treasured souvenirs of my trips to the Far East, Peru, Mexico, and other countries —Oriental silks and tapestries, wrought silver, tableware, etc.— wound up in public markets and changed hands in back-street transactions. It was not uncommon for an innocent buyer of such property to be visited by shady individuals posing as members of some revolutionary group or political committee who, under the guise of legality would intimidate the poor soul and confiscate his purchase. That type of rabble thrives in any war and demeans any flag.
En otro lugar del foro, en un hilo que está cerrado, se comentó el saqueo de la casa de Andrés Segovia en Barcelona, durante la Guerra Civil. Aquí podéis leer mi intervención y las respuestas de Matanya Ophee, Angelo Gilardino y Carlos A. Segovia, entre otros.
Pues bien, acabo de traducir un fragmento de la autobiografía de Segovia (Andrés Segovia. An autobiography of the years 1893-1920, Londres: Marion Boyars, 1977: 143-144), donde el propio guitarrista relata este episodio. Os lo copio:
Diez días después del estallido de la Guerra Civil Española, el 28 de julio de 1938 [sic] para ser exactos, salí de España para regresar sólo dieciséis años después. Al poco me enteré de que mi casa en Barcelona había sido saqueada. Todo lo que los vándalos no consideraron de valor comercial fue destruido. Perdí manuscritos de famosos compositores españoles y extranjeros, mi correspondencia con amigos ilustres, y obras de arte y libros que me habían sido dedicados por sus autores.
Según los otros inquilinos de la casa, los ignorantes saqueadores vendieron objetos valiosos y primeras ediciones por una miseria. Lo que no pudieron vender lo utilizaron como combustible. ¡Pobre gente! Ya que la luz espiritual de esos tesoros no pudo iluminar sus mentes, al menos las hogueras que hicieron con ellos calentaron sus cuerpos. Así que finalmente mi biblioteca sirvió para un propósito práctico.
Una multitud de valiosos recuerdos de mis viajes por el lejano oriente, Perú, México y otros países —tapices y sedas orientales, repujados en plata, la vajilla, etc.— terminó en mercadillos callejeros y cambió de manos en transacciones clandestinas. No sería raro que un inocente comprador de este tipo de mercancía recibiese la visita de oscuros individuos que bajo una apariencia de legalidad, presentándose como miembros de un grupo revolucionario o de un comité político, confiscasen al desdichado su adquisición. Ese tipo de chusma prolifera en todo conflicto bélico y humilla a cualquier bandera.
Este es el original en inglés:
TEN DAYS after the outbreak of the Spanish Civil War, on July 28, 1938, to be exact, I left Spain to return only sixteen years later. I soon heard that my home in Barcelona had been sacked. Everything that the vandals did not consider of commercial value was destroyed. I lost manuscripts of famous Spanish and foreing composers, my correspondence with illustrious friends, and works of art and books which had been inscribed to me by the authors.
According to other tenants in the house, the ignorant looters sold valuable objects and first editions for a pittance. Whatever they could not sell they burned for fuel. Poor people! If the spiritual light of those treasures could not illuminate their minds, at least the bonfires they made with them warmed their bodies. So my library served a practical purpose to the end.
A multitude of treasured souvenirs of my trips to the Far East, Peru, Mexico, and other countries —Oriental silks and tapestries, wrought silver, tableware, etc.— wound up in public markets and changed hands in back-street transactions. It was not uncommon for an innocent buyer of such property to be visited by shady individuals posing as members of some revolutionary group or political committee who, under the guise of legality would intimidate the poor soul and confiscate his purchase. That type of rabble thrives in any war and demeans any flag.