Obviamente, las impresiones personales que alguien puede formarse acerca de tales o cuales hechos son justamente eso: impresiones personales tan legítimas de suyo como susceptibles, por lo mismo, de contrastar con otras. Así y por ejemplo, no es posible que todos los presentes en un determinado suceso valoren idénticamente éste, ni que extraigan del mismo conclusiones afines. Para una valoración otra (respecto de la ofrecida por John Willimas en la entrevista referida líneas más arriba) acerca de la labor docente desarrollada por mi padre en Siena, véase el libro (colectivo) Andrés Segovia a Siena, editado en 1994 por la Accademia Chigiana (en la que mi padre impartió clases entre 1950 y 1963) bajo la dirección del profesor Guido Burchi; los testimonios, entre otros, de los maestros Alvaro Company y Oscar Ghiglia allí recogidos presentan, en efecto, una visión muy distinta del papel docente desempeñado por mi padre (y, asimismo, del respeto mostrado por él, en todo momento, hacia sus alumnos).
Otro ejemplo: una conversación, sea cual sea ésta. En la medida en que dos son, en principio, los interlocutores, dos habrán de ser también, se quiera o no, guste o no, las versiones sobre lo acaecido en el transcurso de la misma.
Y, sin embargo, he aquí que el carácter muy elemental de esta lógica (según la cual todo hecho es susceptible de varias interpretaciones) escapa, como viene a ser habitual, a la perspicaz inteligencia del Sr. Ramos, quien, una vez más, confunde un argumento de parte con la verdad de las cosas, atribuyendo al Sr. Williams, lisa y llanamente, “contar (repárese en el artículo determinado del objeto directo del verbo) las cosas”: no su versión de éstas, sino ¡éstas! (o sea, “las” cosas mismas). Para, a continuación, mostrar su alarma ante la posibilidad de que el Sr. Williams pueda ser considerado, en virtud de sus declaraciones, “deshonroso y blasfemo”, de lo que únicamente cabe colegir que el Sr. Ramos comparte con el Sr. Zigler el fantasma de una teología mal curada.
Valga todo lo apuntado hasta aquí por lo que hace, como he dicho, a las impresiones personales (de los alumnos de un curso, de los interlocutores en una conversación, etc.) y a su relación nunca unívoca con los hechos. Pero, además de tales impresiones personales, hay también, en esto como en todo, ciertos datos objetivos con los que sería razonable contar antes de emitir un juicio cualquiera que éste sea; a menos, claro está, que se trate de emitir un juicio que responda más a un interés polémico que a la verdad. Y da en parecerme que es un interés de esta clase, y no otra cosa, lo que anima las declaraciones realizadas en su día por John Williams acerca de las clases impartidas por mi padre en Siena. ¿Recordará el Sr. Williams el horario durante el que permanecía abierta todas las tardes la Accademia Chigiana y las razones del mismo?; ¿recordará a quienes formaban, junto con él, el grupo de los alumnos aventajados con quienes mi padre trabajaba incansablemente todos los días?; ¿recordará sus visitas matinales al Palazzo Ravizza, donde recibía consejos musicales de mi padre aparte de los que obtenía en las clases?... ¿Recordará todo esto el Sr. Williams, o lo habrá olvidado?, me pregunto en suma al leer sus declaraciones. Pero sea. Al fin y al cabo, la gratitud es, al igual que la inteligencia, un don posible.
En lo que no entraré es en las acusaciones vagamente formuladas por el Sr. Ramos (vagamente puesto que no acaba de saberse quién es o quiénes son sus destinatarios) acerca de lo inconveniente que es responder con “soberbia” a eventuales discrepancias y hacer un “uso abusivo” de tampoco se sabe bien qué “poder” frente a ellas. Él sabrá, si es que realmente lo sabe, qué es lo que quiere decir. Démosle tiempo, pues seguro que en cuanto lo sepa tiene a bien comunicárnoslo. También se me escapa la razón por la que da en ver meras discrepancias sea en determinadas acusaciones no probadas, sea en ciertos juicios enteramente ajenos a la cuestión de la que se trata. Y el motivo por el que asimila el razonamiento sereno y/o la ironía a la soberbia. ¿Se tratará, quizá, de un problema de vocabulario?