Carlos A. Segovia dijo:
No hubo en efecto, Sr. Rodríguez, ningún intento de instrumentalización por parte del régimen franquista de la figura de mi padre tras su regreso a España en 1952. A lo más, le fueron concedidas ciertas distinciones de indudable importancia como, por ejemplo, la Gran Cruz de Alfonso X el Sabio (en 1953), la Gran Cruz de Isabel la Católica (en 1958 ), la Medalla de Oro al Mérito en el Trabajo (en 1967) y la Medalla de Oro de Bellas Artes (en 1971). A lo cual se suman varios otros nombramientos: como académico de las Academias de Bellas Artes de San Fernando de Madrid y de Santa Isabel de Hungría de Sevilla (en 1953 y 1958, respectivamente), como doctor honoris causa de la Universidades de Santiago de Compostela (en 1963) y Autónoma de Madrid (en 1974) y como hijo ilustre, adoptivo o predilecto, según los casos, de ciudades tales como Jaén (en 1952), Granada (en 1958 ) o Linares (en 1959). (La lista no pretende ser exhaustiva.) Otros nombramientos resultan ya algo más curiosos: Hermano Mayor Honorario de la Archicofradía del Glorioso Apóstol Santiago, Patrón de España de Santiago de Compostela (1960), Padre de Cabeza de Familia Ilustre de la Asociación de Cabezas de Familia de Linares (1971), etc. Por supuesto, todos esos galardones le fueron conferidos por las autoridades correspondientes tras de que éstas pronunciaran discursos más o menos abigarrados de cuyo contenido puede hacerse usted una somera idea. Pero no hubo nunca nada más: ni le fue exigida una adhesión ideológica al régimen, ni mi padre fue importunado jamás con pretensiones parecidas. Con anterioridad a 1952 y, en concreto, a comienzos de los años 40, hubo quizá cierto interés por parte de las autoridades culturales franquistas en aunar los nombres de Rodrigo y de mi padre en un mismo acontecimiento, pero la cosa no terminó de cuajar y mi padre, finalmente, no estrenó el Concierto de Aranjuez, si bien sus reservas fueron, ante todo, musicales (mi padre consideró la tesitura excesivamente alta). Sin embargo, y entenderá usted que la prudencia me lleve a no dar nombres en este caso, algunas personas que en su día ocuparon determinados cargos políticos, y que desde ellos trabaron posteriormente amistad con mi padre, han tendido, en ocasiones, a subrayar indebidamente lo que designa muy justamente usted como un hecho puramente circunstancial tratando de hacerlo pasar, antes bien, por un compromiso ideológico, lo cual es profundamente inexacto. De ahí, entre otras razones, mi voluntad de disipar a este respecto todo posible malentendido.