Llobet el perezoso

Julio Gimeno

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—Ya que me nombras a Llobet, cuéntame; ¿cómo es? Y que hace en Estados Unidos? ¿Lo has tratado mucho?
—¿Mucho? Hemos vivido durante meses en el mismo hotel familiar en Nueva York, viéndonos varias veces al día.
Te explicaré. Se trata de una persona excelente; no le conozco pecados, salvo el de la pereza, que abarca el lugar destinado a todos los demás. Es un músico de cualidades superiores. Cuando interpreta obras que no rebasan la reserva limitada de su técnica, créeme que es un verdadero deleite escucharle, pero no tiene aspiraciones. Si no ha llegado al nivel famoso de los otros grandes virtuosos, no ha sido por falta de méritos; ha sido porque le resulta más cómodo quedarse donde está… Albéniz, Debussy y Granados, encantados con su arte, han querido componer para la guitarra, pero él los ha hecho desistir, alegando que es un instrumento terriblemente difícil, para adaptarse a la música en general, y que sólo aquellos poseedores de sus secretos, eran capaces de hacerlo. En verdad lo que sucedía, era que le daba pereza, tener que retocar lo que esos músicos hubiesen escrito.
Se equivoca indefectiblemente en los mismos pasajes de las mismas obras; todo por la pereza de trabajarlos con detenimiento, pues no estudia arriba de una hora diaria; el resto del tiempo lo pasa fumando, charlando, dibujando (tiene una gracia muy fina para ello) y contemplando cómo trabajan sus amigos.
Una vez le pregunté por qué no aumentaba su horario de estudio y trataba de subsanar las invariables fallas surgidas sistemáticamente de las obras que ejecutaba, respondiéndome que la guitarra era un instrumento incapaz de admitir la perfección técnica.
“Entonces, insistí, ¿por qué la eligió usted? Yo habría buscado un instrumento susceptible de dominar”.
“¡Bah!, respondió. Eso de dominar da demasiado trabajo…”


MADRIGUERA, Paquita: Visto y oído. Buenos Aires: Editorial Nova, 1947: 63-64.
 
Después de escuchar tocar a Miguel Llobet varias veces, me formé las siguientes impresiones:
Primero, su técnica estaba muy alejada de aquellas proezas que le atribuían en su época y que impresionaban por igual a músicos y a profanos en la materia. Los músicos explicaban este efecto por la magia de su virtuosismo, quizá porque no habían escuchado nunca música polifónica tocada en la guitarra; mientras que los profanos se deslumbran cuando en cualquier instrumento escuchan rápidas escalas tocadas con limpieza. Lo cierto es que, sin ser nada extraordinario, la técnica de Llobet era excelente. He oído decir que siempre titubeaba en los mismo pasajes, incluso en algunos relativamente fáciles —quizá por la falta de disciplina o más probablemente por pereza (como después descubrí, era más bien perezoso).


SEGOVIA, Andrés: An autobiography of the years 1893-1920. Londres: Marion Boyars, 1977: 101.
 
me parece que me imagino las fuentes, ya que te he oído hablar de este tema... pero ¿de dónde nos las extraes?

Amigo Silvestre,

Me quedan otras citas más que añadir a este hilo, luego os pondré las fuentes. Mientras tanto se admiten especulaciones. Como pista os diré que los dos textos de arriba son de dos personas distintas. No es muy difícil averiguar quiénes son.
 
Como guitarrista practicaba muy poco. Su práctica era de tipo mental. A veces lo observaba en los trenes durante nuestros viajes; tenía los ojos cerrados y sabía que estaba pensando en su música porque podía ver cómo movía los dedos.

Escuchándolo tocar uno pensaría que practicaba bastante.

Era un virtuoso. Tenía una tremenda facilidad, pero no le gustaba esa especie de “deporte” musical que practican tantos jóvenes intérpretes de nuestros días: la velocidad por la velocidad, para ver quién toca más rápido. Era muy serio y correcto. Por ejemplo, las transcripciones que hizo de El Amor Brujo de Falla, las basó en la partitura orquestal, intentando imitar los colores de la orquesta.


SIEWERS, María Isabel. “María Luisa Anido”, Classical Guitar, vol. 6, n. 12. Newcastle: Ashley Mark, 1988: 13.
 
María Luisa Anido me dijo que Miguel Llobet nunca practicaba y que podía improvisar maravillosamente en cualquier tonalidad.

¡E incluso en una serie de Schoenberg! También tocaba el piano. Una vez trajo su guitarra y la sacó de la funda. Pensé “ahora me sentaré y veré y escucharé como toca”. Cogió la guitarra, la afinó —un poco de plim, plim, plim— y la guardó de nuevo.

¿Nunca practicaba para sus conciertos?

(risas) Yo nunca le vi hacerlo…


SIEWERS, María Isabel. “Luise Walker”, Classical Guitar, vol. 17, n. 3. Newcastle: Ashley Mark, 1998: 14.
 
Querido Julio,

Gracias por traernos estos textos tan reveladores; ¡no tienen desperdicio!... sin embargo esa imagen de un Llobet indolente y abandonado no me corresponde con la impresión que me producen sus composiciones, y, en especial, sus transcripciones. Hay en estas últimas un compromiso de perfección manifiesto en la pulcritud de los detalles, y en las impresionantes demandas técnicas que se exige (baste solo pensar en su arreglo de Córdoba) que no logro encajar en un personaje indisciplinado y perezoso. Algo no cuadra.
 
Gracias por traernos estos textos tan reveladores; ¡no tienen desperdicio!... sin embargo esa imagen de un Llobet indolente y abandonado no me corresponde con la impresión que me producen sus composiciones, y, en especial, sus transcripciones. Hay en estas últimas un compromiso de perfección manifiesto en la pulcritud de los detalles, y en las impresionantes demandas técnicas que se exige (baste solo pensar en su arreglo de Córdoba) que no logro encajar en un personaje indisciplinado y perezoso. Algo no cuadra.

Amigo Javier,

Hay más virtuosos de los que se dice que practicaban poco. En el piano está el caso de Arthur Rubinstein. Bueno, que practicaban pocas horas en el instrumento, fíjate que María Luisa Anido habla de Llobet trabajando en su música sin la guitarra en la mano. También a Rubinstein le oí en un documental algo parecido.
 
Queridos amigos,

Tras unos meses en los que este hilo ha estado disponible sólo para los socios de la AGA, lo muevo al foro general.
 
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