En un e-mail de 7-IX-2004 en la lista argentina “Guitarristas”, Gilardino vuelve a insistir sobre este tema, ampliándolo:
La guitarra puede ser empleada —y de hecho lo ha sido por casi todo el siglo XIX— para crear en los oyentes la ilusión de que es una pequeña orquesta. Este concepto retorico le hizo a la guitarra y a su repertorio mucho daño. Incluso los compositores-guitarristas excelentes, y seguramente dueños del idioma propio del instrumento, se sintieron vinculados a este principio, de hacer de la guitarra “otra cosa”, e impusieron a sus idiomas las restricciones que están seguramente entre las causas que impidieron al repertorio de ese siglo el alcanzar la altura del repertorio pianístico. Este último, se elevó a los niveles que todos conocemos porque los genios que componían con el teclado no tenían entre sus proyectos el de hacer parecerse al piano a algo diferente y más grandioso de lo que era, sino de disfrutarlo en todos sus recursos propios. No es casualidad que la música más excelsa que nos dejó Fernando Sor sean sus estudios, donde componía sin presupuestos retóricos —ya fuesen orquestales o pianísticos— y se entregaba libremente a la búsqueda idiomático-musical sin un modelo exterior. Lo mismo resulta aún más evidente con su alumno Napoléon Coste, que consiguió su cumbre compositiva con los estudios de su op, 38, y no seguramente con las obras guitarrístico-“sinfónicas”, redundantes y llenas de nada.
Este equivoco fue disipado en parte por Tárrega, que abandonó la retórica y trató el instrumento como un ensimismo, y mucho más por su alumno Llobet, el cual fue el precursor del concepto moderno de la guitarra: instrumento idiomático hasta el punto que hay que adaptarle no solamente la armonía y el contrapunto, sino también las formas musicales (véase el recorrido histórico de la forma Sonata para guitarra). Desde entonces, que la guitarra sea una pequeña orquesta (o, como decía Wagner de la orquesta de Verdi, que era una gran guitarra) es superfluo: la guitarra es la guitarra, puede evocar cualquier instrumento, pero es preciso que no imite a ninguno. Mientras que lo evocación es recurso poético, la imitación es recurso de gracioso, de mona, de ninguna manera artístico. En fin, si un instrumento revela sus límites, esto ocurre porque el compositor que escribió la pieza o el intérprete que la toca no son lo bastante buenos. Claro que tiene límites, pero el arte está precisamente en ocultarlos y hacerlos olvidar. Cualquier objeto que tenga dimensiones tiene límites, pero mirando los cuadros de los grandes maestros de la pintura contemplamos lo que hay dentro del marco, y no pensamos a lo que habría podido existir más allá.
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