Queridos amigos,

Con el cava bien frío y a punto de sentarme a la mesa :amigos:, comparto con vosotros un texto que me parece muy pintoresco e interesante.

Las tertulias, que continuaban con buena salud en muchas ciudades y pueblos españoles bien entrada ya la segunda mitad del siglo XX, fueron cosa de siempre. Y, desde luego, del siglo XIX. Me refiero a las tertulias familiares o de amigos, de conocidos o vecinos. Generalmente una mezcla de todo ello. Yo las he vivido cuando niño —las tertulias, la llegada de ‘las visitas’: ‘arréglate, niño, que están al llegar’— y conservo sentimientos encontrados. Un tedio absoluto al lado de momentos increíbles. El paradigma de la presunción frente por frente de la franqueza y la verdadera cultura (muchas veces sabiduría popular, cultura con mayúsculas).

Solían estas reuniones tener lugares fijos. Y a éstos acudían asiduos, casi con la regularidad de un horario de trenes (entiéndase el símil en su justa y malintencionada medida), diversos y contradictorios personajes. Como los trenes, hacían estas visitas de transmisores de mercancías. Las novedades, los sucesos, las penas, los cotilleos... productos sucedáneos de la prensa o la televisión de hoy en día. Y, como los ferrocarriles en las estaciones, muchos de los llegados se detenían en una tertulia el tiempo necesario para cargar y descargar, para cumplir con su misión y aprovisionarse debidamente, llevando luego las primicias a otra reunión, un poco más arriba de la calle.

Parece que en el XIX este tipo de tertulias tenía su comienzo pasadas ya las cinco de la tarde o a eso de las seis o las siete, y que las once era una hora más que prudente para recogerse y dejar a los anfitriones ‘descansar en paz’ (y hacer su propia “minitertulia” acerca de las opiniones de los que acababan de retirarse). Y parece también (yo esto no he llegado a presenciarlo) que los ‘pinitos’ musicales de ‘la niña’ o del ‘jovencito’ formaban parte de estas reuniones, que ‘bien caras costaban las lecciones de Don Florio’, y, no digamos, ‘las de Don Valerio que estudió en Roma’.

En 1843 el escritor y poeta Juan Martínez Villergas escribió unos textos sobre las tertulias y, en uno de ellos, demuestra su perfecto conocimiento no sólo de tales conciliábulos, sino de la cultura musical de los jóvenes, seguramente adquirida con la principal intención de lucirse ante las visitas. Ignoro si Villergas fue guitarrista, seguramente buen aficionado, pero lo seguro es que vio muchas guitarras y en muy diferentes estados. No he podido resistirme a traer aquí un fragmento de uno de ellos que siempre me ha parecido absolutamente exquisito. Disfruten, señores.


Lo cierto es que de los elogios que las mugeres prodigan á sus maridos, ni aun siquiera puede decirse lo que del ungüento blanco, que ni mata ni sana; son halagos de erizo que sangra cuando acaricia, y no obstante, ellos los oyen con gran satisfacción, y entre estas y las otras dan las diez y los vecinos aun conservan aquella compostura y quiescibilidad de rigurosa etiqueta.

Se ha hablado de todos y han salido á relucir las habilidades de cada prójimo, y ninguno las ha manifestado, sin embargo de que cada uno está rabiando por lucirse. El niñito de la casa porque le inciten á la lectura, cuando se habla de pintura, todo se le vuelve decir si tiene un Catón en pasta y un Fleuri muy bonito encuadernado á la holandesa, y antes que el niño atraiga la atención general, ya están las mocitas de la reunión hablando de los estudios de Aguado, si tocan la guitarra, y de los de Sobejano si tocan el piano. No hace falta mas que un atrevido diga: vamos, cante usted, fulanita, y en esto siempre la mamá se lleva la delantera, y la niña hace como que no quiere, y quiere porque se va acercando al instrumento del mismo modo que los médicos dicen, «gracias, yo no lo hago por interés», cuando se están guardando la propina.

La guitarra en tales casas suele andar por debajo de alguna mesa ó encima de un armario, mas empolvada que un labrador cuando limpia. Las clavijas ó han desaparecido, ó se han suplido algunas con mangos de cuchara que á lo mejor se resbalan y el concierto se queda á buenas noches. Las cuerdas rara vez están cabales, por lo regular falta la prima, y cuando de las seis no han quedado mas que dos ya se sabe cual son; el bordón cuarto y el sesto, que seria menester para utilizarla la aparición de un Paganini, guitarrista.

Acerquemos pues, nuestra muchacha al piano, suponiendo que le haya en la casa, que siempre estará mas útil que la guitarra, bien que por lo destemplado y viejo semeje á una carraca. Como es muy posible que la niña toque mal y cante peor, es forzoso disculparla diciendo: «está constipada, ha tenido una ronquera estos días que á no ser por unas pastillas y unas friegas que se la han dado, amen de unas gárgaras á tiempo, no sabemos adonde hubiera llegado. Si toca mal se disculpa con estar atacada de los nervios ó con haber sufrido dos sangrías y dos docenas de sanguijuelas en el brazo derecho. Cuanto mas gorda es la mentira hace mas sensación y casi casi enternece á los oyentes.

La música no es nueva; pero eso no importa: los padres tienen buena salida con decir: nosotros como todos los viejos odiamos las cosas del dia; chica, toca toca el wals de Elisa y Claudio y el Mambrú se fué á la guerra, ó canta la Atala, el Gerineldo y la triste Corina. Y no es maravilloso que esto se cante en el dia sino que haya quien lo oiga por primera vez, que todo es verosimil.

Acábase la canción, dan cuatro palmadas los circunstantes y once campanadas el reloj de la sala que suele ser cosa de gusto, como que tiene muñecos que bailan y un cuquito que sale de vez en cuando á decir cu cu cu, y empieza a desfilar la tropa para acurrucarse cada mochuelo en su olivo.

(Fuente: La Risa, enciclopedia de estravagancias, tomo 1, nº 3, 2ª ed., p. 23, 16 de abril de 1843)
 
Ayer Samuel nos acercaba una cita sobre unas tertulias, quizá más públicas...

Querido Silvestre,

Esa cita que hacía Samuel de las Escenas de Mesonero fue precisamente la que me recordó la de la tertulia de Martínez Villergas. En ambos casos (Mesonero y Villergas) se vé que para estos autores la guitarra, sus maestros y el uso que del instrumento hacían los aficionados no eran asuntos nada desconocidos.
 
Son anécdotas que forman parte de nuestra historia, je,je.Es el "Costumbrismo" puro. Esas reuniones socio-familiares de la alta sociedad (que todo hay que matizar), más por otro lado las que la otra media España hacía en torno a una mesa de camilla, con una baraja de cartas, han dado paso a la entertaiment t.v , al show mediático y a los reality shows como "Sálvame", "D.E.C","Gran hermano", "El tomate", "hombres-mujeres y viceversa", y un sin fin de lo que eufemísticamente se llama telebasura.
¿De verdad algunos piensan que hemos avanzado culturalmente hablando?
 
Bonito relato, Luis. Gracias por traerlo aquí.

Sólo una duda. ¿Por qué dice que la cuarta cuerda se mantenía? La sexta queda claro, pero ¿por qué no por ejemplo la quinta?. ¿Por el mismo motivo?

Actualmente en ese sentido, la cuarta es el bordón que más tendencia tiene a romperse debido a su tensión.

¿O quizá no era así con las cuerdas usadas en ese momento?
 
Sólo una duda. ¿Por qué dice que la cuarta cuerda se mantenía? La sexta queda claro, pero ¿por qué no por ejemplo la quinta?. ¿Por el mismo motivo?

Actualmente en ese sentido, la cuarta es el bordón que más tendencia tiene a romperse debido a su tensión

También me chocó esto... no quise indagar en su momento, pero me sumo a la moción... ¿alguno le ve explicación?
 
Excelente y delicioso fragmento que no hace sino confirmar lo que intento explicarles año tras año a mis alumn@s de Hª de la Música en el conservatorio: el iPod del s. XIX era el piano vertical (=y en no pocos casos también la guitarra), el botón del Play las manos de la/s niña/s de la casa y los CD's las partituras a la venta con los arreglos de moda del momento. Esto comenzó a cambiar con la aparición del fonógrafo (=1877), gramófono (=1887) y la generalización de su consumo (=desde los primeros años del s. XX...)

Saludos!! ;)

cbaixo
 
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