Hola, Iván. Poco que añadir a lo dicho por Silvestre. Lo de los nervios es como la juventud: se cura con el tiempo.
Bromas a parte, si te sirve de algo te contaré un poco mi experiencia. Yo empecé con la guitarra a los catorce años, más o menos. Unos años más tarde, los amigos formamos un grupo de los entonces llamados Folk. Éramos dos guitarras, pero el que sacaba tocas las canciones era yo. Lo que en principio empezó como un entretenimiento privado, culminó, ya con dieciocho cumplidos por parte de todos, con el reto de sacar la Cantata Santa María de Iquique, compuesta por Luis Advis para el grupo chileno Quilapayún, y hacer una actuación (te estoy hablando de finales de los 70, ojo al dato).
Yo soy muy nervioso por naturaleza, y en aquellos tiempos y tan joven, aún más, de manera que te puedes imaginar cómo estaba el día de la actuación. Para colmo de mis males, el local (un cine muy grande) estaba de gente hasta en los pasillos!!! Yo creía que me daba algo, no podía casi ni respirar, cardiaco perdido, vamos. La verdad es que todos estábamos más o menos igual, pero ya sabes, cada uno se siente lo suyo. Incluso hubo un instante que no salí por piernas de milagro. Entonces se aparta el telón que cubre la pantalla de proyección, subimos al escenario, empezamos a tocar, yo sólo miro al diapasón de mi guitarra y... ¡joder, macho! ¡las manos me empiezan a dejar de temblar! ¡puedo respirar!
Yo no sé por qué, pero siempre pasa lo mismo: en cuanto empiezas a tocar, el pánico se desvanece poco a poco.
Hace dos años volvimos a hacer la Cantata, para celebrar que ya hacía casi treinta de aquella primera vez. Ahora lo preparamos mejor, con partituras y más instrumentos que sólo dos guitarras. Durante todo el año que estuvimos preparándola, a mi mente venía una y otra vez lo mal que lo pasé la primera actuación; aunque ya hace tanto tiempo, era como si hubiera sido ayer, y tenía el convencimiento de que me iba a poner tan malo como entonces (creo que en Psicología se llama la profecía autocumplida), pero hice lo que dice Silvestre: tocar, tocar... tocar hasta saberme de memoria todo lo que tenía que hacer, sin ninguna partitura con el nombre de los acordes (yo, de leer música, sé lo justo) delante, o con las posiciones dibujadas, como necesitaron los otros dos guitarras. De hecho, en la actuación, el único que no tenía atril era yo, sólo la guitarra y el charango.
No te voy a decir que no estaba nervioso, todos lo estábamos, y los momentos previos son mortales, pero tú puedes hacer que esa profecía autocumplida lo sea en el sentido inverso: en lugar de interiorizar la situación con todo el cuerpo temblándote, toca en tu casa, ensaya con tu grupo... pero siempre vive el momento pensando que el día de la actuación vas a estar tan relajado como cuando estás con tu grupo porque os lo sabéis de coña. Y si la de marzo es la primera vez que vais a tocar en público, deberíais buscaros otras actuaciones antes de ésa, aunque sea gratis, os ayudará mucho, os dará “tablas”, que, aunque parezca mentira, es tan más importante o más que saberse las canciones.
Espero no haber aburrido con mis batallitas.
Un saludo.